1.9.08

Camille Claudel

Camille Claudel o las formas del deseo.
por : Adolfo Ramirez



Es ya de noche. Es el año de 1876. El Deseo, creador de todas las cosas, invade lentamente la habitación de una niña dormida, de catorce años apenas, llamada Camille Claudel. Penetra intempestivamente entre sus cobijas y recorre centímetro a centímetro la piel de su cuerpo. Explora cada uno de sus planos, ángulos y profundidades. Rastrea con su tacto cada uno de sus pliegues. Descubre volúmenes incipientes y curvas que apenas se forman. La invade toda.
Camille despierta y siente el Deseo. Se mira a sí misma mujer y no niña. No entiende aún de qué esta hecha la materia informe que la ha asaltado durante la noche. La intuye solamente. No sabe si escapar de ella o dejarse alcanzar. Sabe, si acaso, que tendrá que buscar darle forma en algún otro pedazo de arcilla o mármol. Sospecha, también, que el Deseo es una experiencia que no se olvida. Un extraño que a veces nos persigue y otras le perseguimos.
El Deseo ha encontrado a Camille Claudel. Camille Claudel le ha dado forma al deseo. Es tarde: el Deseo no dejará de perseguirle y ella no dejará de darle forma.




Para 1888 su Deseo adquiere síntomas de obsesión con un proyecto escultórico que perseguirá a Camille a lo largo de varios años de su existencia: Sakountala. Si, la Sakountala del drama hindú escrito por Kalidasa. La bella y pura mujer a la que el rey Dusyanta le pide perdón de rodillas por no haber cumplido su promesa ni haberla reconocido a ella y a su hijo. La escultura de Camille trata de reflejar el encuentro final de este drama amoroso. Sakountala es ejemplo de castidad y fidelidad conyugal llevada a la máxima abnegación. Es obvio que la relación de Camille con Rodin ha traído cambios en lo sentimental y lo artístico. Camille cree fervientemente en la posibilidad de consumar el Deseo.

Esta enamorada.
El Deseo toma forma en Camille. Camille toma forma en Sakountala. En gran formato, los cuerpos de la pareja están a una escala ligeramente mayor a la real. Los músculos pronunciados un poco más de lo normal, pero conservando de manera estricta las proporciones de la figura humana. La pieza forma una unidad sólida y firme, de gran cohesión y sencillez plástica. Así como Sakountala se funde casi con Dusyanta en la escultura, la técnica y el estilo de Camille se contagia del de su maestro y amante Auguste Rodin, aunque ya distinguimos elementos propios y constantes de Camille y su Deseo: la cabeza femenina inclinada en relación al cuerpo, la promesa en barro de detalles finos y texturas sensuales, y, lo más importante, una preminencia de lo expresivo sobre el instantáneo.
En Rodin, es prioritario capturar el “instante decisivo” (valga la expresión fotográfica) y plasmarlo en lo geométrico. En Camille ese instante esta dado en la expresividad y las emociones de los personajes que su arte crea y recrea. La imagen del joven rey hindú que aparece hincado pidiendo perdón frente a la madre de su hijo, no constituye un momento o instante esencial en el drama de Kalidasa. Es la escena culminante de un drama lleno de pasión y dolor. Camille Claudel lo entiende, y a su vez lo escenifica en la imagen tridimensional. El discípulo se aleja del maestro.


En 1895, Camille Claudel termina El Vals. Una escultura en bronce de la que logra arrancar un dinamismo sorprendente. La pareja de bailarines que la constituyen apenas se sostienen. Casi salen del espacio virtual de la escultura rompiendo sus ataduras con la roca para alejarse a danzar libremente por el salón imaginario. La tensión aumenta por el modo en que en un juego de ilusión perfecto los rostros de ambos amantes se entre tocan.
Esto gracias al movimiento y la velocidad de una fuerza centrífuga y centrípeta invisible que nace de su mismísimo centro de gravedad. Idéntica fuerza que permite a los amantes mantenerse estrechamente unidos a pesar de acariciarse sólo suave y delicadamente por el talle y por la mano.
El Vals de Camille no captura el movimiento. Lo ejecuta. Lo hace emerger y le da libertades. Lo dota de espacios. Le abre dimensiones. Lo mantiene perpetuo. El Deseo gira vertiginoso en las manos de Camille para darse significado en el lenguaje de las formas.
Pero el Deseo no conoce de lenguajes. Es Camille la que logra dar con ellos. Por momentos cree que controla ese Deseo que ocupa su cuerpo y es la causa de sus desvelos. Pulsión exigente en el pecho que busca hacerle el amor a sus imágenes.
Poco antes de hacer manifiesto el hecho de ser perseguida y de que los doctores la internaran en un “hospital para enfermos mentales“, Sakountala reaparece, pero esta vez sin ese nombre. Muchas cosas han cambiado. Ha roto con Rodin en lo sentimental, artístico y académico. Su Sakountala también ha roto con la creencia en la fidelidad conyugal y la abnegación. Ahora recibe otro nombre: EL Abandono.
La nueva pieza respeta a la primera en lo superficial. Salvo porque esta segunda está hecha en mediano formato, parecen a simple vista, copia la una de la otra. Pero no es así. El Abandono se aleja de Sakountala en su solidez y cohesión. Esta vez, algunas partes parecen no respetar las proporciones geométricas y el espacio virtual de la escultura. Mucho menos la proporción de la figura humana. A Camille ya no le interesa respetar a su maestro, ya no cree en su amante, se siente perseguida, finalmente, por su Deseo.
Las pantorrillas del hombre que aparece hincado (ya no podemos decir que sea el rey Dusyanta) son más largas de lo normal y carecen de los músculos subrayados. Son delgadas y separadas. Los pies salen de la base. La escultora nos deja ver aquello que antes únicamente se podía tocar. El cuerpo de la mujer también ha perdido peso. Se ha estilizado. Ya no carga con la fuerza de la abnegación: padece la soledad y la pérdida. Es la abandonada.
Aunque el amante regrese y le pida perdón nada podrá liberarla de la certeza inexorable de saber que el Deseo nunca se acaba de consumar, que nos alejamos de nuestro primer encuentro con él sólo para que nos persiga una y otra vez. Sakountala, virgen y mártir, no lo sabía. El Abandono de Camille sí lo sabe: estamos ante una de sus piezas más significativas y simbólicas. La prueba irrefutable de que la escultura de Claudel nos revela la fragilidad de la vida humana. Fragilidad plasmada en roca sólida, en bronce inquebrantable. Deseo y fragilidad que ni el mismo Rodin pudo plasmar en su obra.
Auguste Rodin dijo de ella: “Yo le mostré donde encontrar oro, pero el oro que ella encuentre le pertenece”. Y Camille Claudel lo encontró… al lado del Deseo.

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